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Nota del editor: Esta publicación es la sexta parte de la serie Las Buenas Nuevas, publicada por la Tabletalk Magazine.
Las palabras justificación y santificación han caído en gran medida fuera de uso en la cultura occidental. Lamentablemente, también están desapareciendo en la iglesia cristiana. Una razón por la cual esta decadencia es angustiante es que la Biblia usa las palabras justificación y santificación para expresar la obra salvadora de Cristo por los pecadores. Es decir, ambos términos se encuentran en el corazón del evangelio bíblico. Entonces, ¿qué enseña la Biblia acerca de la justificación y la santificación? ¿Cómo se diferencian entre sí? ¿Cómo estas nos ayudan a comprender mejor la relación del creyente con Jesucristo?
La justificación es tan simple como el A-B-C-D. La justificación es un acto de Dios. Esta no describe la forma en que Dios interiormente renueva y cambia a una persona, sino más bien es una declaración legal en la que Dios perdona al pecador de todos sus pecados y lo acepta y considera como justo ante Sus ojos. Dios declara al pecador justo en el momento en que el pecador pone su confianza en Jesucristo (Rom 3:21-26, 5:16, 2 Cor 5:21).
¿Cuál es la base de este veredicto legal? Dios justifica al pecador únicamente sobre la base de la obediencia y muerte de Su Hijo, nuestro representante, Jesucristo. La perfecta obediencia de Cristo y la plena satisfacción de la deuda del pecado son el único fundamento sobre el cual Dios declara al pecador justo (Rom 5:18-19, Gál 3:13, Ef 1:7, Fil 2:8). No somos justificados por nuestras propias obras; somos justificados únicamente en base a la obra de Cristo a nuestro favor. Esta justicia es imputada al pecador. En otras palabras, en la justificación, Dios pone la justicia de Su Hijo en la cuenta del pecador. Así como mis pecados fueron transferidos o puestos sobre Cristo en la cruz, así también Su justicia me es contada (2 Cor 5:21).
¿De qué manera es justificado el pecador? Los pecadores son justificados solo por la fe cuando confiesan su confianza en Cristo. No somos justificados por ningún bien que hayamos hecho, estemos haciendo o hagamos. La fe es el único instrumento de justificación. La fe no agrega nada a lo que Cristo ha hecho por nosotros en la justificación. La fe simplemente recibe la justicia de Jesucristo ofrecida en el evangelio (Rom 4:4-5).
Finalmente, la fe salvadora debe demostrarse a sí misma como genuina al producir buenas obras. Es posible profesar fe salvadora pero no tener fe salvadora (Stgo 2:14-25). Lo que distingue a la verdadera fe de una simple profesión de fe es la presencia de buenas obras (Gal 5:6). De ninguna manera somos justificados por nuestras buenas obras. Pero nadie puede considerarse a sí mismo como una persona justificada a menos que vea en su vida el fruto y la evidencia de la fe justificadora; es decir, buenas obras.
Tanto la justificación como la santificación son gracias del evangelio; siempre se acompañan mutuamente y tratan con el pecado del pecador. Pero difieren en algunos puntos importantes. Primero, mientras que la justificación se dirige a la culpa de nuestro pecado, la santificación aborda el dominio y la corrupción del pecado en nuestras vidas. La justificación es Dios declarando al pecador justo; la santificación es Dios renovando y transformando todo nuestro ser: nuestras mentes, voluntades, afectos y conductas. Unidos a Jesucristo en Su muerte y resurrección y siendo habitados por el Espíritu de Cristo, estamos muertos para el reino del pecado y vivos para la justicia (Rom 6:1-23; 8:1-11). Por lo tanto, estamos obligados a matar el pecado y presentar nuestros «miembros a Dios como instrumentos de justicia» (6:13; véase 8:13).
Segundo, nuestra justificación es un acto completo y terminado. La justificación significa que cada creyente ha sido finalmente liberado por completo de la condenación y la ira de Dios (Rom 8:1, 33-34, Col 2:13b-14). La santificación, sin embargo, es un trabajo continuo y progresivo en nuestras vidas. Aunque cada creyente es sacado de una vez y por todas de la esclavitud del pecado, no somos inmediatamente hechos perfectos. No seremos completamente liberados del pecado hasta que recibamos nuestros cuerpos de resurrección en el día final.
Cristo ha ganado la justificación y la santificación para Su pueblo. Ambas gracias tienen que ver con la fe en Jesucristo, pero de diferentes maneras. En la justificación, nuestra fe resulta en que seamos perdonados, aceptados y justificados a los ojos de Dios. En la santificación, esa misma fe acepta activa y ansiosamente todos los mandamientos que Cristo le ha dado al creyente. No osamos separar o mezclar la justificación y la santificación. Sabemos cómo distinguirlas. Y, en ambas gracias, entramos en la riqueza y el gozo de la comunión con Cristo por medio de la fe en Él.