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Continuando con nuestro estudio de la santidad de Dios, recordaremos que en nuestra sesión pasada estuvimos viendo las teorías que fueron expuestas en el siglo XIX por hombres como Karl Marx, Ludwig Feuerbach y Sigmund Freud, los cuales buscaban dar una explicación psicológica del origen de la religión, diciendo que la religión humana, en última instancia, está motivada por la profunda necesidad psicológica de auto-preservación; que por el miedo a la muerte, la enfermedad y a las fuerzas de la naturaleza, imploramos una religión atribuyendo personalidad a las tormentas, los tornados, los terremotos y cosas así, con la esperanza de encontrar algún modo de apaciguar a estas deidades que residen en esas fuerzas hostiles, de tal manera que podamos sobrevivir.
Vimos también el trauma que existe con respecto a la santidad; y dije que si inventáramos una religión por pura motivación sicológica para desviar los aspectos amenazantes de la naturaleza, probablemente no inventaríamos una religión que tuviera como núcleo un ser que es absolutamente santo, porque, como trataba de explicar, no hay nada más atemorizante que un Dios santo.
Ahora, hay episodios donde esta idea se observa muy claramente en las páginas de la Escritura. Me gustaría dirigir nuestra atención en esta sesión al evangelio según San Marcos, donde el evangelista nos relata la historia de un evento que tuvo lugar en el Mar de Galilea. Se encuentra en el capítulo 4 del evangelio de Marcos, empezando en el versículo 35. Dice así: “Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas.
Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”
Creo que este es un relato extraordinario de un evento que tiene lugar en la vida de Jesús. En el mundo literario hay una grupo de lectores de novelas de crimen, misterio y suspenso que se burlan de la trivialidad de esas historias de misterio que empiezan con la expresión: “Era una noche oscura y tormentosa”. Me alegra que Marcos no empiece la sección de su evangelio con esa introducción, pero eso es básicamente lo que dice: “Fue cuando llegó la noche y hubo una tormenta que se levantó en el mar”; Ante eso, es perfectamente correcto decir que fue ‘una noche oscura y tormentosa’ cuando eso ocurrió, tal como se relata aquí en el evangelio.
Era de noche. Y en esa ocasión, el propósito de los discípulos de ir a sus botes, no fue para ir a pescar sino, simplemente, para sacar a Jesús de la presión y empujones de la gente y de la multitud que lo rodeaba; pasándolo al otro lado del lago de Galilea, el cual era bastante grande como para que se le llame el Mar de Galilea. Si alguna vez has estado en Palestina, quizá has tenido la oportunidad de navegar ese mar. Cuando estuve en Israel, tomamos un bote grande para cruzarlo y el guía turístico, en un punto, nos mencionó de esas tormentas repentinas y nos dijo que incluso con el equipo naval y las técnicas de navegación modernos, estas tormentas que aparecen de tiempo en tiempo, todavía pueden poner en peligro la vida. Esto tiene una razón. Si ves un mapa de Palestina y observas donde está ubicado el Mar de Galilea, notarás que está justo al este del Mar Mediterráneo y al oeste del desierto. Y la composición natural es tal que hay una especie de canal, casi como un túnel de viento, que está fijo en tierra de tal manera que estas tormentas pueden acumularse rápidamente y ser expulsadas violentamente desde el mar y atravesar la superficie de la tierra en lo que se asemeja a un túnel de viento, golpeando el Mar de Galilea y convirtiéndose en una tempestad descontrolada y sin previo aviso. Era obvio que se trató de una de esas tormentas repentinas la que azotó precipitadamente el Mar de Galilea esa noche.
Recordamos que Freud dijo que la religión es provocada por nuestra necesidad sicológica de encontrar protección contra las fuerzas de la naturaleza y que las fuerzas naturales como tormentas, tornados, son traumáticas para nuestra psiquis. Les tememos. Y su teoría del temor humano a la naturaleza se observa en la descripción de Marcos y posteriormente también de la descripción de Lucas del mismo evento, porque nos dice que cuando surgió la tormenta, los discípulos tuvieron miedo. Tenían miedo del peligro claro y presente de esa fuerza impersonal de la naturaleza, la tormenta que se había levantado.
Ahora, tengan en cuenta que estos eran pescadores profesionales. Estos no eran novatos inexpertos que no sabían cómo operar un barco en aguas turbulentas. Ellos tenían experiencia. Ellos eran expertos, pero esta tormenta surgió con tanta ferocidad. Fue tan feroz que aún estos veteranos experimentados estaban asustados.
¿Y qué haces cuando ocurre una crisis como esa? Lo primero que hacen las personas es buscar a su líder. Y entonces fueron a buscar a Jesús para pedir ayuda. ¿Y qué leemos? Que Jesús estaba dormido en la parte trasera del bote. ¿Alguna vez has conocido gente así?
Recuerdo una vez, que estaba en un avión con el Dr. James Montgomery Boice. Estábamos en medio de una tormenta violenta y yo estaba sujetándome firmemente. Me incliné para decirle algo a Jim quien tenía la cabeza apoyada sobre la almohada y estaba profundamente dormido. Lo sacudí para despertarlo y le dije: Jim, te habrás dado cuenta que esto está muy turbulento. Él dijo, sí, ¿no es grandioso? Es como estar en un parque de diversiones. Y dije, bueno, aquí hay un verdadero calvinista que disfruta este tipo de cosas. Yo no lo disfruté, pero de seguro conocen a gente así. Como que uno no entiende que sean capaces de dormir bajo esas condiciones traumáticas.
Bueno, ahí está Jesús…. Calmado, dormido, sin preocupación alguna. Y entonces los discípulos se acercan a él, lo sacuden, lo despiertan de su sueño y le dicen: Maestro, haz algo o perecemos. No tengo idea porque la Biblia no nos dice qué es lo que esperaban que Jesús hiciera. No lo puedo imaginar. Quizá esperaban que él orara, porque ya habían visto la eficacia de sus oraciones. Pero una cosa que creo que podemos concluir es que no esperaban que Jesús hiciera lo que hizo.
Jesús evaluó la situación, vio la tormenta, abrió la boca y pronunció un mandato. Él le dio una orden a las fuerzas impersonales. No había ningún demonio en el mar, ningún demonio en el viento para que Jesús lo reprenda. Él estaba hablando a lo que llamaríamos fuerzas ciegas e impersonales. Y con una voz fuerte, dirigiéndose al viento y al mar, dijo: “Calla, enmudece” y al instante el mar fue como cristal y no hubo la más mínima brisa en el aire. Hubo calma total en el mar. La calma del viento, la calma del mar, la calma en Jesús, la calma estaba en todas partes, excepto en los corazones de los discípulos.
Es de esperar en esta historia, que la reacción de los discípulos sea de absoluta euforia y alegría. Uno podría pensar que tirarían algo al aire y dirían: Gracias Jesús por salvarnos de esta fuerza terrible de la naturaleza impersonal. En cambio, el punto que quiero resaltar es que las Escrituras describen la reacción de los discípulos después que la amenaza de la naturaleza ya había desaparecido, como una respuesta al aumento de su temor. La Biblia dice: “Entonces temieron con gran temor” o sea que tuvieron mucho miedo; no de la tormenta, ni del viento, ni del agua, sino de Jesús. Se quedaron paralizados pero temblando ante este hombre, quien con un imperativo divino, ordenó a la naturaleza a que hiciera algo y la naturaleza obedeció. Y dijeron: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”
Permítanme una pequeña licencia aquí, con esta pregunta. Ya sea que lo pensemos conscientemente o no, a cada persona que vemos o encontramos en la calle, en la ciudad o en el pueblo, nosotros le hacemos una evaluación instantánea. Como parte de nuestro mecanismo de respuesta, hacemos una evaluación: ¿amigo o enemigo? ¿Esa persona que se me acerca es inofensiva o peligrosa? Mientras caminamos por la calle, simplemente observamos; nuestros ojos están mirando alrededor. Y cuando vemos gente sonriendo, nos sentimos cómodos. Si vemos que alguien se nos acerca con el ceño fruncido, nos ponemos tensos y en alerta. Si levantan un cuchillo delante de nosotros, nos ponemos extremadamente tensos y a la defensiva y, en cierto sentido, estamos haciendo funcionar la computadora de nuestros cerebros categorizando, clasificando los tipos de personas con las que nos topamos, porque en nuestra experiencia nos hemos encontrado con personas amables, gentiles, dóciles, agresivas, enojadas, hostiles, mezquinas y violentas.
Es solo un asunto de defensa humana el tener un mecanismo de clasificación y de catalogación que usamos todo el tiempo a fin de poder conocer a otros seres humanos. Leemos su lenguaje corporal, su postura, para asegurarnos de que sea seguro estar cerca de ellos. Esa es la misma actitud que había en los discípulos. Ellos hicieron lo mismo. Pero ahora acababan de presenciar a Jesús calmando la tormenta y sus cerebros estaban a mil por hora clasificando y catalogando, tratando de encontrar una categoría donde poner a Jesús. “¿Quién es éste?” Y no pudieron encontrar una categoría. Ellos se dieron cuenta que estaban en la presencia de Uno que vino como ser humano, como cualquier otro humano, pero que acababa de hacer algo que lo ponía en una clasificación única, que lo hacía sui generis, completamente distinto o diferente, lejos de cualquier ser humano que hayan conocido, porque nunca se habían topado con una persona que pudiera pararse en un bote, en medio de una tormenta y decir: haya paz, haya calma y que la tormenta desapareciera con esa sola orden.
“¿Quién es este?” Y estaban aterrorizados. Bueno, ¿qué clase de hombre era éste? Era un hombre santo, un hombre diferente en trascendencia y otredad, quien es el supremo foráneo, ante cuya santidad las personas que antes se sentían cómodas en su presencia, ahora estaban aterrorizadas y hubieran recibido con satisfacción el mar embravecido para darles un respiro.
¿Ven lo que Freud se perdió? Freud tenía razón en que estamos temerosos por las fuerzas impersonales de la naturaleza, pero un tornado no es sagrado. La plaga no era santa. Un terremoto no es santo. Y por muy terroríficos que sean, no son tan terroríficos como la santidad personal. El sociólogo, el antropólogo y el sicólogo nos dicen que una de las principales fobias de las que padecemos es aquella llamada xenofobia, miedo a los extranjeros, miedo a los extraños. La gente de color tiende a temer a los blancos; los blancos tienden a temer a los que no son como ellos, porque son extranjeros y extraños. Ellos tienen una forma distinta de hacer las cosas. Tienen una cultura diferente y hay una razón por la cual los pájaros con plumas se juntan y por qué las personas de orígenes similares tienden a reunirse entre sí, de forma segregada; no simple o meramente motivadas por el fanatismo, sino más bien motivadas por el miedo, por la extrañeza de tener que adaptarse a otro entorno, de adaptarse a otra cultura. Y cualquiera que, alguna vez, se haya mudado a otro país y haya tenido que pasar por esa adaptación cultural, entiende lo que es un choque cultural.
Y tenemos la tendencia a temer eso que es diferente de nosotros. La última xenofobia que podemos resistir es el miedo al gran extraño, este extraño misterioso que es santo. No nos sentimos cómodos en presencia de lo santo. De hecho, la santidad es traumática. “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” La respuesta es clara ¿cierto? Él es santo. Y cuando esa santidad rompe el velo de su naturaleza humana, la gente tiembla.
CORAM DEO
En nuestro pensamiento Coram Deo de hoy, permítanme hacer esta pregunta. ¿Qué clase de hombre cree que era Cristo? ¿Cómo reaccionaría si en su presencia él mostrara esta dimensión trascendente distinta y extraña de santidad? ¿Se asustaría? ¿Cómo ha clasificado a Jesús en su propia evaluación intelectual de clases y tipos de personas que alguna vez ha conocido?
¿Alguna vez ha conocido a uno como éste que tiene la autoridad para mandar a las obras de la creación, que tiene la autoridad por su sola palabra de hacer que el viento deje de soplar y que el mar se calme? Este es el Jesús de la Biblia, no el Jesús manso y benigno, sino el Jesús que es santo y que atemorizó a la gente más cercana a él. ¿Él lo asusta?