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Continuando con nuestro estudio de la santidad de Dios, recordemos que hemos estado lidiando con la pregunta acerca de cómo la santidad de Dios se relaciona con su justicia. Uno de mis himnos cristianos favoritos es “Sublime Gracia”. Pero me pregunto si es que realmente creemos las palabras de ese himno. ¿Cuándo fue la última vez que quedaste asombrado por su gracia? Pareciera como si lo que nos sorprende de Dios es su ira o su justicia.
Yo enseño teología, y tengo estudiantes que vienen a mí todo el tiempo y que se hacen esa pregunta profunda y problemática: ¿Cómo puede Dios siendo bueno, siendo misericordioso, permitir los horrores y el sufrimiento que encontramos en este mundo? Eso es lo que los sorprende, que si Dios es tan amoroso, Dios es tan misericordioso y Dios tiene tanta gracia, ¿por qué permite tanto dolor y pena que existe en su mundo?
Ellos dicen, ¿Cómo puede Dios permitir que eso me pase a mí? Tengo un amigo querido que perdió su hijo, su bebé, por muerte súbita infantil, y estaba sumamente angustiado con eso. Y no estaba solo afligido, sino que también estaba enojado. Y él vino a mi agitando sus puños en mi rostro y diciendo, “RC, ¿cómo pudo Dios permitir que esto sucediera?” Y yo no hago esto usualmente en consejería o en cuidado pastoral, pero él estaba tan enojado que traté de detenerlo de un porrazo. Lo miré fijamente y le dije: ¿Por qué no debía pasar? ¿Por qué no haría esto a tus otros hijos? ¿Por qué Él no te causaría la muerte al instante que te levantaste de tu cama esta mañana, dado que en los últimos quince minutos todo lo que ha salido de tu boca es blasfemia? ¿Por qué no te mata?
Yo puedo entender a un Dios santo matando a todos los que no son santos. Lo que me molesta es cómo un Dios bueno puede permitir que exista el mal. Y si realmente queremos librar al mundo del mal, me parece que la forma más rápida de hacerlo sería eliminando a la gente del mundo, porque somos los que propagamos el mal en este mundo. Y lo más que debemos temer es la bondad de Dios, porque un Dios bueno no tolerará la maldad. Entonces lo que realmente debería asombrarnos, no es su justicia cuando Él la despliega, no su ira cuando Él la expresa, sino su misericordia y gracia, la cual derrama en abundancia.
Tuve alguna vez un estudiante que una vez vino para decirme que lo más difícil con lo que lucha en su teología, lo que no puede entender es por qué Dios permite que él sea redimido. Esa es la pregunta. Lo que no puedo sacarme de encima es ¿por qué Dios se molestaría en salvar a RC Sproul? ¿Por qué no me ejecutó la primera vez que pequé? ¿Has pensado en eso? Mira, de alguna manera, en lo profundo de nuestros corazones abrigamos la idea de que el cielo no podría ser lo mismo sin nosotros, que de algún modo merecemos cada cosa buena que tenemos, y que todo lo demás que tenemos que no es tan bueno es porque somos pobres víctimas inocentes.
Nunca ha habido una mentalidad de víctima tal como la hay hoy en día. Por favor no me malinterpretes. Las injusticias ocurren en este mundo todo el tiempo, pero esas injusticias son cometidas por personas en contra de personas. Yo he cometido injusticias contra otros toda mi vida. He sido la víctima de injusticia en las manos de otros toda mi vida. Y se nos dice en las Escrituras que supliquemos por justicia en el sentido que donde hemos sido tratados injustamente, Dios nos permite pedirle que nos vengue y que traiga justicia donde hemos sido injustamente acusados o tratados injustamente.
Pero esto, mis amigos, es solo en el plano horizontal. Si me acusas falsamente, si me calumnias y cometes una injusticia contra mí en el plano horizontal, tengo todo el derecho, de acuerdo con la Ley de Dios, de buscar compensación de ti por tal injusticia. Pero en el plano vertical, nunca podré decirle a Dios, “Oh Dios, es injusto que permitas esta injusticia de esa persona en contra mía. Ves, podría haber sufrido injustamente en tus manos, pero en el sufrimiento injusto en tus manos, no he sufrido injustamente en las manos de Dios. ¿Entienden esto? No puedo quejarme a Dios, “Oh Dios, no estás siendo justo al permitir que tenga que sufrir por esos oprobios o a través de este dolor o a través de esto que llamamos desgracia; porque yo sé que cada bocanada de aire que respiro en este mundo la tomo por tu gracia”. Pero luchamos con eso. Los discípulos de Jesús lucharon con eso.
Tenemos un registro en el Nuevo Testamento en donde ellos traen esa clase de preguntas a Jesús. En el evangelio de Lucas capítulo 13, leemos lo siguiente: “En ese mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?” Pueden ver que ellos hacen una pregunta acerca de la justicia. Es una pregunta que aparece con frecuencia cuando consideramos una pregunta más amplia, no simplemente la santidad de Dios, sino la providencia de Dios.
Y vamos a estar estudiando este texto más adelante desde otra perspectiva, desde otro punto de vista, mientras nos referimos a la doctrina de la providencia. Pero cuando observamos la doctrina de la providencia—cómo Dios regenta su mundo, cómo Dios gobierna su mundo—las preguntas que a menudo se levanta acerca de la providencia de Dios, son preguntas realmente acerca de la santidad de Dios y acerca de su justicia.
Y esa es la pregunta que Jesús está escuchando ahora de esas personas. Ellos fueron y ellos le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios. La pregunta es clara. ¿Cómo pudo Dios permitir que esas personas inocentes que estaban en medio de la adoración, en su iglesia, por favor, vieran entrar a los soldados de Pilato y asesinarlos mientras ellos estaban en un acto de adoración, dejando que se mezcle la sangre humana con la sangre de los animales que estaban siendo sacrificados?
Y la pregunta es, ¿cómo pudo Dios permitir que esto sucediera? Escuchen la respuesta de Dios, “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. ¿Pueden ver lo que Jesús está diciendo aquí? Se estaba haciendo la pregunta equivocada.
En vez de venir a mí y preguntarme, ¿cómo pudo Dios permitir que esos pobre inocentes galileos sean asesinados por las despiadadas espadas de Pilato, debieran estar preguntándome, ¿Por qué yo no fui atravesado con esa espada, por qué mi sangre no fue mezclada con la de los sacrificios? Debieron preguntarme acerca de la gracia, no de la justicia. Y Jesús continuó. Escuchen el resto de la historia, “O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Otro incidente similar, dieciocho personas caminando por la calle, preocupados en sus propios asuntos, sin meterse con nadie o creerse los dueños de la calle que hostigaban a los obreros de construcción. De repente, “whooom”, sin previo aviso, la torre cae y en este desastre, en este accidente, dieciocho personas inocentes mueren. ¿Cómo esperarían que Jesús maneje todo esto? Podrías pensar que Jesús diría algo así, “Lamento muchísimo lo sucedido. Estas cosas suelen suceder, fue un accidente”. Jesús dijo que aprendan de esto, “antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
¿Qué es lo que está diciendo? Él está diciendo que, en esta esfera terrenal, aun cuando desde las manos y la perspectiva humana, el acto de Pilato era, por un lado, un acto injusto y sanguinario; por el otro, el colapso de la torre en Siloé fue un accidente impersonal donde no hubo premeditación ni malicia, y la gente era inocente en ese evento particular. Sin embargo, nadie es inocente delante de Dios y que esos sucesos terribles y espantosos nos podrían suceder por la violencia de otra persona o la violencia de un desastre natural, pero el primero sería el destino de todo ser humano que no se arrepienta. De hecho, cuando las Escrituras hablan del juicio final de un Dios justo y santo, ellos dicen que la respuesta de la gente será el clamar en los montes y a las montañas que caigan sobre ellos y los cubran. Que la persona impenitente daría lo que sea que tuviera y le perteneciera con tal de tener una torre de Siloé que les cayera en la cabeza en vez de recibir la ira de Dios.
Jesús dijo que a menos que “A” tomase lugar, “B” seguirá de forma inevitable. ¿Qué son las As y las Bs? “antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Justo ayer me senté en una mesa con un hombre joven cuyos padres se fueron por el fin de semana. Él me dijo, “Oye, qué buen tiempo tuve este fin de semana” ¿Lo tuviste?, le dije. Dijo, “Sí… oye, tuvimos a las chicas que se quedaron a dormir. La pasamos de maravilla”.
Le dije, “pero muchacho, piensa que esto es caro”. Me dijo, “¿Qué quieres decir?” Le dije: “Tuviste una fiesta bastante cara”. Me dijo, “No tengo que preocuparme por eso. Mis padres me dejaron dinero, suficiente para cubrirla”. Me dijo, “No me costó nada. No costó nada en realidad”. Le dije, “No es lo que quise decir”. “¿Qué quisiste decir?” me dijo. Le respondí, “Tú conoces la ley de Dios. Si juegas, pagas. Tuviste un tiempo maravilloso, pero mientras tenías ese súper tiempo, estabas acumulando ira contra ti mismo. Dios ha dejado muy en claro que no estamos permitidos de hacer eso. Eso tendrá un cobro. Y Él ejecutará su justicia”. Pero no había ningún temor en este hombre joven, ningún sentido de que una factura tendría que ser pagada, ningún sentido de que Dios ejecutaría su completa justicia en Él.
Allí es donde estamos, amigos; debido a que Dios no envía fuego del cielo cada quince minutos, cada vez que pecamos, somos como la canción popular que dice, “Hemos crecido acostumbrados a su gracia”. ¿Cierto? Nos hemos jactado de tal gracia. Hemos asumido que Dios será tan amable con nosotros como siempre. Como lo es hoy, y esto es porque Él detiene la mano de Su justicia y la mantendrá así para siempre.
Mi ilustración favorita acerca de esto tuvo lugar cuando, en mis primeros años enseñando, cuando estaba tomando un nuevo lugar como profesor en donde no había enseñado antes, y tenía la responsabilidad de enseñar a 250 alumnos nuevos una materia obligatoria de Introducción al Antiguo Testamento. Durante el primer día de clase, les di el syllabus, les expliqué los requerimientos y todo lo demás. Yo ya había enseñado lo suficiente como para saber que esos muchachos son como abogados de la corte suprema que se conocen todos los vacíos legales que los favorecen y mucho más, por lo que les dije que iba a ser sumamente claro con las reglas. Tienen que escribir tres trabajos, documentos cortos de solo tres a cinco páginas, que tienen que entregarme en el transcurso del semestre.
El primero es para entregarlo el 30 de septiembre a las 12 del mediodía. Tiene que estar en mi escritorio puntual. Y si no está allí, tendrán un cero, una “F” por esa tarea, a menos que estés confinado a una cama de hospital o en la enfermería o con una muerte de un familiar inmediato—no tu perro y cosas así. Lo detallé todo, y les pregunté: “¿Todos entendieron?” “Sí”. Entonces llegó el 30 de septiembre y 225 estudiantes hicieron sus trabajos a tiempo; 25 de ellos no cumplieron en el plazo, y estaban aterrorizados. Ellos vinieron y empezaron a suplicarme. Decían, “Oh profesor, no hicimos bien la transición de la secundaria a la universidad como debimos hacerla; no manejamos bien el tiempo, y no pudimos terminar el trabajo a tiempo. Por favor, no nos repruebe en esta tarea. Por favor, danos una extensión. Por favor permítanos un poco más de tiempo”.
Y allí estaban llorando, con lágrimas de cocodrilo. Y les dije, “ok, ok, ok. Les daré un par de días más para terminarlo. Les doy dos días más de extensión, pero no lo vuelvan a hacer”. “Ok. No lo haremos. Muchas gracias. Usted es maravilloso”. Dos días después tenía todas sus tareas y todo iba bien. Llegó el 30 de octubre. Fecha de la segunda tarea. Esta vez, 200 estudiantes trajeron sus tareas; 50 de ellos no las trajeron. “¿Dónde están sus tareas?” “Oh profesor, esta tarea tenía como fecha la misma semana en que debíamos entregar todas las otras tareas, y teníamos exámenes, y además acabábamos de regresar de un largo feriado que nos distrajo demasiado”.
Me dieron toda clase de excusas, y hubo lloro y crujir de dientes. “Por favor, por favor, por favor, danos una nueva oportunidad”. Les dije, Ok, pero ésta será la última vez. Será mejor que no lo hagan de nuevo. Les estoy diciendo ahora, no lo hagan otra vez porque reprobarán. ¿Está claro?” “Oh sí”. Y de forma espontánea la clase empezó a cantar, “Te amamos profesor Sproul, oh sí, te amamos”. Y yo era el Profesor Perfecto. Y tuve esa tremenda reputación con los muchachos hasta el 30 de noviembre cuando tenían que entregar la tercera tarea. Y esta vez solo 150 muchachos trajeron su tarea; 100 de ellos la pasaban de maravillas, sin ninguna preocupación en el mundo. Les dije, “¡Esperen un minuto! Hey, ¿Dónde están las tareas?” Y uno de ellos dijo, “No se preocupe por eso. Tranquilo profesor, los tendrá en un par de días”.
Le dije, “¿Qué?” Y respondió, “No se preocupe, todo bien”. Le pregunté, “¿cuál es tu nombre?” Respondió, “Reyes”. Dije, “Reyes, F”. “Arrieta, ¿Dónde está tu trabajo?” “No lo tengo profesor” “F”. Rivera, F. Garzón, F. ¿cuál suponen que fue la reacción? Furia total. Como una de las voces que gritó desde el fondo. No podrían adivinar lo que gritó. “¡Eso no es justo!” Le dije, “Rivera, ¿qué acabas de decir?”. Dijo, “Dije que no es justo”. Le respondí, “Oh, ¿es justicia lo que buscas? Quisiera recordarte Rivera que la última vez tú también estabas con tardanza. ¿Es correcto eso?” El dijo, “Sí”. Le dije, “Ok, voy a darte justicia. Te voy a poner una F por este trabajo y te voy a poner una F por el pasado”. Y abrí el libro de notas de la clase y le puse las dos F que le dije que le pondría. Le dije a los demás, “¿Alguien más desea justicia?” Nadie dijo una sola palabra.
Recibimos misericordia una vez. Nos emocionamos. Alabamos a Dios. La recibimos dos veces y decimos cuán maravillosa es su bondad. Pero para este momento, empezamos a asumirla y presumirla. Y sin pestañear, empezamos a demandarla. Empezamos a pensar que el Señor nos la debe.
Yo les dije a mis estudiantes dos cosas. Les dije, “miren, nunca le pidan a Dios por justicia; porque la pueden recibir” Y la segunda fue esto, “que la diferencia básica entre justicia y gracia es que nunca, nunca, nunca, nunca, nos debe gracia.
Dios nunca está obligado a actuar con gracia. La gracia es por definición, voluntaria. Y en el minuto que pienses que Dios te debe misericordia, que suene una campana en tu cabeza y que te des cuenta que ya no estás pensando más en misericordia, estás pensando en justicia.
CORAM DEO
En nuestro pensamiento Coram Deo de hoy, quisiera añadir un pensamiento o dos a mis observaciones finales. Que hay realmente una tremenda confusión en nuestras cabezas acerca de la diferencia entre misericordia y justicia. La justicia es algo que es debido, algo que se relaciona con una obligación.
Pero recordemos que Dios dijo a Moisés, y Pablo tuvo que recordárselo a los Romanos, que Dios se reserva el derecho de gracia a sí mismo diciendo, “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca”. La gracia y misericordia nunca son obligadas. Y nosotros nunca debemos presumir de ellas. Esa es la razón por la que Jesús dijo a sus discípulos, que estaban preguntando por las tragedias de sus días, “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Y quisiera que pienses al respecto. ¿Qué te pasaría si Dios te diera absoluta justicia? De seguro perecerías al igual que todos nosotros.