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Llegamos ahora al final de nuestra serie del Drama de la Redención y espero que haya ayudado a ver cómo todas las promesas de Dios se mueven inexorablemente a través de las páginas del Antiguo Testamento en la medida en que el Señor de la historia va mostrando dramáticamente su plan de redención.
Hemos visto los distintos pactos que Dios ha hecho con su pueblo y cómo éstos alcanzaron su cumplimiento en el Nuevo Testamento. Fue San Agustín quien comentó: “El Antiguo está revelado en el Nuevo y el Nuevo está oculto en el Antiguo”. Hay algo nuevo acerca del Nuevo Testamento, del Nuevo Pacto, de lo que Jesús hace pasar a su pueblo y, en un sentido, hay algo de discontinuidad entre lo que pasa en el Antiguo Testamento y lo que pasa en el Nuevo Testamento.
Dado que esta discontinuidad está presente y distinguimos entre los dos testamentos, existe la tendencia peligrosa en nuestros días de pensar el cristianismo solo en términos del Nuevo Testamento, como si el cristianismo fuera una religión completamente nueva, cuando de hecho, aunque puede haber elementos de discontinuidad, hay una dimensión mayor de continuidad entre el Antiguo y Nuevo pacto.
No hay una ruptura entre ambos sino más bien un enlace. Ahora, esto podemos verlo, por ejemplo, cuando observamos cómo el pueblo del Nuevo Testamento continuó con las tradiciones del antiguo pacto, aunque dándoles un nuevo significado.
En el Antiguo Testamento, el signo del pacto era la circuncisión. En el Antiguo Testamento, hubo varios días de fiesta designados por Dios, pero el día más importante fue la celebración de la Pascua. Al llegar al Nuevo Testamento vemos que la señal del Nuevo Pacto es el bautismo; y la celebración más importante en la comunidad del Nuevo Pacto es la celebración de la Cena del Señor, el sacramento de la sagrada comunión.
Ahora, lo que quiero que veamos hoy es el vínculo entre esas prácticas. Prestemos atención por un momento a las enseñanzas de Pablo en el libro de Romanos. Empezando en el verso 17 de Romanos 2, Pablo dice: “He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad.
Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adúlteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”.
¡Esa, es una tremenda declaración! Me pregunto cuánta gente en el mundo está blasfemando a Dios por mi culpa, porque di una visión distorsionada del carácter de Dios. Todos hemos sido creados a imagen de Dios. Cada uno de nosotros debe proyectar y reflejar lo que es Dios delante del mundo, y aunque tergiversamos a Dios—ya existe suficiente hostilidad en el corazón aparte de la que yo les pueda causar, pero debido a que representamos mal a Dios, ellos tienen una imagen aún mucho más distorsionada del carácter de Dios por causa de lo que ven en mí.
Aquí Pablo está dando una severa reprensión a sus compatriotas judíos diciendo: ‘Los gentiles blasfeman por causa de ustedes, porque ustedes dicen: No roben, pero ustedes siguen robando. Ustedes dicen que obedecen la ley, sin embargo, no cumplen la ley de Dios’.
Y luego continúa diciendo: “Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la ley; pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión viene a ser incircuncisión. Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley.”
Ahora Pablo llega al clímax cuando dice: “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios”.
¿A dónde quiere llegar Pablo con esto? Pablo está tocando uno de los temas más delicados de su tiempo: el punto de discordia entre Jesús y los fariseos. Cuando Jesús llamó a los fariseos a algo nuevo, a un nuevo arrepentimiento, a un nuevo nivel de devoción al reino de Dios, ellos se enojaron y protestaron diciendo: ‘No necesitamos arrepentirnos. No somos esclavos de nadie. Somos hijos de Abraham’.
¿Qué le estaban diciendo a Jesús? ‘Fuimos circuncidados y debido a que ya estamos circuncidados en lo físico, ya estamos en el reino de Dios. No necesitamos arrepentirnos’. Había surgido un concepto infame entre el pueblo judío. ellos comenzaron a pensar que la salvación era transmitida al pueblo de Israel biológicamente y a través de ceremonias externas; que todo lo que el judío tenía que hacer era ser judío y estar circuncidado, y ya estaba en el reino de Dios.
Pero Pablo dice aquí: ‘No todo el que está en Israel es de Israel.’ La señal externa del pacto no garantiza la posesión del contenido del pacto y advierte a las personas que no piensen que, porque son circuncidados, ya son salvos.
Y de la misma manera, las personas que viven bajo el Nuevo Pacto a veces piensan que, porque han sido bautizados, ya están automáticamente en estado de gracia. Y no vamos a denigrar la importancia del bautismo.
Recuerdo a Lutero cuando decía que estaba al borde de la desesperación por el asecho de Satanás contra su conciencia y contra su alma. Algunas veces hasta se ponía de pie, y arrojaba un tintero al diablo, diciéndole en voz alta: ‘Satanás vete de acá. Estoy bautizado’.
Ahora, Lutero no quiso decir que debido a que estaba bautizado, él estaba necesariamente en el Reino de Dios. Lo que estaba tratando de decir es: ‘cuando me aseches, oh, malvado, y no sepa dónde dirigir mi fe, me acuerdo de mi bautismo ya que es una marca de Dios en mi alma. Es una marca indeleble. Es la marca de la promesa de Dios para todos los que creen y estoy confiando en esa promesa. No puedo hacer otra cosa.
Ahora, después de que Pablo diera esta mordaz crítica a aquellos que no entendieron la importancia de estas ceremonias y sacramentos del Antiguo y Nuevo Testamento, Pablo hace una pregunta, anticipando la que le harían los judíos a él. A principios del capítulo 3, Pablo dice: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión?
Estas son las preguntas que planteó, y podrías pensar que Pablo va a responder así su propia pregunta: ‘Bueno, no hay ventaja alguna. No sirve para nada el circuncidarse. No hay beneficio en el ser judío, o ser como uno de ellos.
Pero eso no es lo que él hace. Pablo dice: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Él responde a su propia pregunta diciendo: “Mucho, en todos los sentidos”. Hay todas las ventajas imaginables. ¿Y cuál es esa ventaja?
Porque los judíos tienen los oráculos de Dios. Aquí está la ventaja: “que les ha sido dada la palabra de Dios.” Tienen las promesas de Dios. Cuando Agustín enseñaba acerca de la doctrina de la iglesia, decía que la iglesia siempre debe entenderse como lo que él llamó en Latín: “un Corpus permixtum”, un cuerpo mixto,
Siguiendo las enseñanzas de Jesús de que su casa, la iglesia, estaría llena con personas, en donde unas serían trigo y otras serían cizaña. Que no todo el que profesa fe, no todo el que es miembro de una iglesia, es automáticamente un miembro del reino.
Hay cizaña que crece junto al trigo. Hay falsos creyentes en medio de la iglesia. Ustedes oyen decir a la gente hoy en día: ‘Oye, yo soy un creyente. No necesito pertenecer a una iglesia. Yo no voy a la iglesia. No es necesario hacerlo’.
Es una idea muy popular y la escuchamos por todas partes hoy en día. Agustín dijo que los verdaderos creyentes, los salvos, los elegidos de Dios, se encuentran principalmente dentro de la iglesia visible.
Él hizo una distinción entre la iglesia visible y la iglesia invisible; la misma distinción que Pablo hace aquí en Romanos cuando distingue entre uno que es judío externamente (lo visible) y uno que es judío internamente. La idea es que solo Dios puede leer el corazón. Solo Dios sabe con certeza quiénes son los suyos, quiénes son trigo y quiénes son cizaña. Es por eso que no debemos precipitarnos en nuestros juicios dentro de la iglesia tratando de eliminar la cizaña, ya que podríamos malinterpretar la situación y dañar el trigo. Es el trabajo de Cristo, en última instancia, la cosecha de su iglesia.
Lo que Agustín estaba diciendo es: ‘Sí, puede haber algunas personas que sean verdaderos creyentes, que por una u otra razón nunca llegaron a la iglesia visible’, pero la iglesia invisible, de la que hablaba Agustín, existe primordialmente, primero y sustancialmente en la iglesia visible, de la cual hemos sido llamados a formar parte; una comunidad del pacto visible, parte del cuerpo del Señor. ¿Por qué? Hay una gran ventaja. La iglesia no es el único lugar donde Dios salva a las personas, pero es el lugar principal donde salva a las personas. Es un lugar de avanzada. Es el lugar donde los medios de la gracia están más seriamente enfocados; y esta institución tiene la solemne responsabilidad de guardar los oráculos de Dios.
Estos han sido dados a la iglesia, no al estado, no a los para eclesiásticos (como Ligonier o cualquier otro) para predicar y enseñar la palabra de Dios, los oráculos de Dios. La institución suprema que ha recibido ese mandato y la gracia para hacerlo es la iglesia.
Ahora, ¿qué pasa con el sacramento de la Cena del Señor? Recordemos que la noche cuando fue traicionado, Jesús hizo grandes esfuerzos para preparar cuidadosamente el encuentro con sus discípulos la noche antes de morir. Les dijo: ‘Anhelo celebrar la pascua con ustedes una última vez antes de volverlo a hacer en el cielo, en casa de mi Padre’.
Entonces Jesús y sus discípulos fueron al aposento alto con el propósito expreso de celebrar la Pascua. Ahora, ¿qué es la Pascua? Para entenderla tenemos que volver al Antiguo Testamento una vez más; veamos el libro de Éxodo, el capítulo 11, después que Dios había mandado las 9 plagas al pueblo de Egipto.
“Dijo, pues, Moisés: Jehová ha dicho así: A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias.
Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas. Y descenderán a mí todos estos tus siervos e inclinados delante de mí dirán: Vete, tú y todo el pueblo que está debajo de ti; y después de esto yo saldré”.
Y así Dios instituye la Pascua y ordena que el pueblo judío pase por un elaborado tiempo de preparación para este período de juicio que está por venir. El verso 12 del capítulo 12 dice: “Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias: y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová.” ¿Escuchas lo que está diciendo? Aquí Él no está hablando de pasar de largo. Él está hablando de atravesar; y este pasar de Dios es el pasar de Su ángel de la muerte por toda la nación, de Su ministro vengador, el que hará que Dios juzgue y manifieste su ira.
‘Yo vengo’ dice Dios, ‘a Egipto, y pasaré por en medio de la tierra y cuando pase por la tierra en juicio y en ira, heriré a todos los primogénitos de los egipcios, incluyendo su ganado. Y habrá un llanto y un gemido y un clamor en esa tierra como nunca antes se había escuchado y como nunca se escuchará otra vez.
Cuando hablamos de la Pascua, tenemos que entenderla en el contexto de atravesar, de un pasar por en medio. Entonces Dios le dice al pueblo de Israel: ‘Maten un cordero, tomen de la sangre de ese cordero y pongan esa sangre en el dintel de las casas para que cuando el Ángel de la muerte pase por en medio, pase por alto aquellas casas que están marcadas con la sangre del cordero’.
Y esa noche toda familia judía marcó su puerta con la sangre del cordero y Dios atravesó la tierra y mató a todo primogénito de los egipcios. Pero Él perdonó a los primogénitos de Israel. Todos los que estaban protegidos por la sangre del cordero se libraron del juicio de Dios.
Y entonces Dios les dijo: ‘En este mismo día del mes, todos los años, sin falta, celebrarán esto. Beberán de la copa amarga y comerán el cordero y se servirán pan sin levadura y celebrarán la redención de la Pascua, e instruirán a sus hijos acerca de la razón por la que hacen esto.
De generación en generación y por todas las generaciones el pueblo de Israel celebró la Pascua, un año después, una década después, un siglo después, un milenio después, y aún hasta el día de hoy todavía se celebra la Pascua.
Pero muchos de nosotros en la comunidad cristiana hemos perdido esto. Hemos olvidado cómo se estableció la Cena del Señor. Cómo, en medio de la ceremonia de la Pascua, en medio de la conmemoración del éxodo original de Israel, la redención original, el rescate original de la ira de Dios, Jesús cambia la conmemoración; Él toma el pan y lo parte frente a sus discípulos y dice: “Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido” y “todas las veces que comiereis esta pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.
“Así mismo tomó también la copa” y dijo: “esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de pecados.” “Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada.”
Jesús estaba anunciando un nuevo éxodo, un éxodo mayor, una nueva pascua, una Pascua mayor, para que el pueblo de Dios no celebrara simplemente el haber sido librados del juicio de Dios en esta vida mortal, de quitar la vida física, sino que, por el contrario, hemos sido librados del juicio final ya que hemos sido cubiertos por la sangre del Cordero.
Ese es el drama de la redención. Es el drama que conmemoramos cada vez que bautizamos a una persona, cada vez que nos sentamos a la mesa de Cristo y conmemoramos su muerte hasta que Él venga. Recordamos el atravesar o el paso ‘por en medio’ del juicio de Dios y el paso de largo del juicio de Dios sobre todos los que están marcados por la sangre del Cordero. Creo que todos entendemos claramente que, en el drama de la redención, Dios es el personaje principal.
La salvación es del Señor, es Dios quien salva a su pueblo, pero he dicho muchas veces que a menudo no comprendemos de qué es que somos salvos. Y en última instancia, nuestra salvación no es solo por Dios, sino de Dios; que si estás en Cristo, la ira de Dios ha pasado de largo por tu casa.
Has sido apartado de su juicio, el mismo tipo de juicio que derramó en Egipto, y que dice, de forma inconfundible, que derramará sobre todo el mundo; que Egipto es solo un ejemplo de lo que va a suceder en el día del juicio final, donde la medida completa, la copa llena de la ira de Dios se vaciará sobre el mundo. Pero Dios en ese juicio, pasará de largo por tu casa, si en verdad has puesto tu confianza en la sangre del Cordero.