
Anskar
18 diciembre, 2021
La Iglesia debe predicar a Cristo
21 diciembre, 2021No confundas el placer con el gozo

Cuando era chico, mis padres me obligaban a asistir a la iglesia cada domingo por la mañana. No tenía deseos de ir. Encontraba que el servicio de adoración era aburrido y no podía esperar a que se terminara para salir a jugar. Pero aun peor que el servicio de adoración dominical era la clase semanal de catecismo, la cual teníamos los sábados por la mañana. De pequeño, esa fue mi peor experiencia en la iglesia. Tuve que pasar por una clase de comulgante y luego siguió una clase de catecismo, donde otros niños y niñas y yo teníamos que memorizar el Catecismo Menor de Westminster. Lo soporté todo para convertirme en miembro de la iglesia y terminar el curso para que mis padres estuvieran satisfechos. No me convertí a Cristo sino hasta varios años después.
Cuando me convertí en cristiano deseé haber puesto más atención a mi clase de catecismo. Lo único que recordaba del Catecismo Menor era la primera pregunta y respuesta, y la única razón por la que recordaba esa pregunta era porque nunca pude encontrarle sentido. La pregunta era esta: «¿Cuál es el fin principal de la existencia del hombre?». La respuesta que teníamos que aprender y recitar era esta: «El fin principal de la existencia del hombre es glorificar a Dios, y gozar de él para siempre». Simplemente no podía conectar las dos cosas. Entendía, incluso de niño, que la idea de glorificar a Dios tenía algo que ver con obedecerle, algo que ver con la búsqueda de la piedad. Pero eso no era lo que me preocupaba más. No era mi propósito principal ser un hijo obediente de Dios, ¡para nada! Y debido a que no era mi propósito principal ser un hijo obediente de Dios, no podía entender cómo había una relación entre glorificar a Dios y disfrutarlo. Para mí, las dos cosas parecían antitéticas, incompatibles.

Mi problema era que había confundido dos ideas fundacionales. No sabía la diferencia entre placer y gozo. Lo que yo quería era placer, porque asumía que la única manera de tener gozo era adquiriendo placer. Pero entonces descubrí que mientras más placer adquiría, menos gozo poseía, porque estaba buscando el placer en cosas que desobedecían a Dios. Esa es la atracción del pecado. Pecamos porque da placer. La seducción del pecado es que pensamos que nos hará felices. Pensamos que nos dará gozo y realización personal. Pero solamente nos da sentimiento de culpa, la cual socava y destruye el gozo auténtico.
Mi conversión fue fundamentalmente una experiencia del perdón de Dios. Cuando fui salvo pude haber saltado de alegría en la lluvia, pues experimenté la diferencia entre placer y gozo. Descubrí un gran gozo en mi propia conversión.
El Salmo 51 es el ejemplo más grande de arrepentimiento que encontramos en toda la Escritura. En este salmo, David, bajo la convicción del Espíritu Santo, es traído a arrepentimiento por su pecado con y contra Betsabé. Está quebrantado y contrito de corazón, y viene delante de Dios rogando recibir perdón. Dice: «Restitúyeme el gozo de tu salvación» (v. 12a). Aquellos que han experimentado el perdón de Dios y el gozo inicial que produce, necesitan constantemente que ese gozo sea restituido, que la culpa de su pecado continuo sea eliminada para que la alegría pueda regresar. Al buscar el perdón de Dios día a día, regresamos al principio de nuestro gozo, al día en que descubrimos que nuestros nombres están escritos en el cielo.
Hay millones de personas que nunca han experimentado el gozo de la salvación. Si eres una de ellas, te digo que no hay nada como eso en el mundo. Solo imagina a Dios borrando todo pecado que hayas cometido, que sea removida toda esa culpa que has acumulado y los sentimientos que vienen por ello. Eso es lo que Cristo vino a hacer. Quiere darnos gozo, no poder o éxito. Su regalo es el gozo que viene al saber que nuestros nombres están escritos en el cielo.
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.