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La exhortación a «permanecer» con frecuencia ha sido malentendida, como si se tratara de una experiencia especial, mística e imposible de definir. Pero Jesús deja en claro que más bien implica una serie de realidades concretas.
En primer lugar, la unión con nuestro Señor depende de Su gracia. Por supuesto que estamos activa y personalmente unidos a Cristo por la fe (Jn 14:12). Pero la fe en sí misma tiene sus raíces en la actividad de Dios. Es el Padre quien, como el jardinero divino, nos ha injertado en Cristo. Es Cristo, por Su Palabra, quien nos limpia y nos da forma para unirnos a Él (Jn 15:3). Todo es en Su soberanía, todo es por gracia.
En segundo lugar, la unión con Cristo significa ser obediente a Él. Permanecer implica nuestra respuesta a la enseñanza de Jesús: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros…» (Jn 15:7a). Pablo hace eco de esta idea en Colosenses 3:16, donde escribe: «Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros». Esta es una declaración muy relacionada con la exhortación paralela en Efesios 5:18: «Sed llenos del Espíritu».
En pocas palabras, permanecer en Cristo significa permitir que Su Palabra llene nuestras mentes, dirija nuestra voluntad y transforme nuestros afectos. En otras palabras, ¡nuestra relación con Cristo está íntimamente conectada a lo que hacemos con nuestra Biblia! Luego, por supuesto, según la Palabra de Cristo more en nosotros y el Espíritu nos llene, oraremos de una manera consistente con la voluntad de Dios y descubriremos la verdad de la frecuentemente mal aplicada promesa de nuestro Señor: «Pedid lo que queráis y os será hecho» (Jn 15:7b).
Tercero, Cristo subraya otro principio, «Permaneced en mi amor» (Jn 15:9), y dice muy claramente lo que esto implica: el creyente descansa su vida en el amor de Cristo (el amor de Aquel quien da Su vida por Sus amigos, v. 13).
Este amor por nosotros se ha demostrado en la cruz de Cristo. Nunca nos desviemos de la contemplación diaria de la cruz como la demostración irrefutable de ese amor, o de la dependencia del Espíritu que ha derramado ese amor en nuestros corazones (Rom 5:5). Además, la permanencia en el amor de Cristo tiene una expresión muy concreta: la simple obediencia que se le rinde es el fruto y la evidencia del amor por Él (Jn 15:10-14).
Finalmente, somos llamados, como parte del proceso de permanecer, a someternos a las «tijeras» de Dios, quien en Su providencia poda toda deslealtad y a veces todo lo que no es importante, con el fin de que podamos permanecer en Cristo de todo corazón.
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.