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Siempre me ha parecido interesante que la Biblia a menudo hace referencia a lo bello. De hecho, si te tomas el tiempo de buscar cada referencia que se hace sobre la «belleza», o cada referencia que se hace a «lo bello» en una concordancia, podrás darte cuenta de que la palabra «belleza» en una forma u otra es usada con frecuencia en las páginas de la Sagrada Escritura, particularmente en el Antiguo Testamento. 1 Crónicas 16:29 es uno de los lugares donde leemos acerca de la belleza: «Den al SEÑOR la gloria debida a su nombre; traigan ofrendas y vengan ante su presencia; adoren al SEÑOR en la hermosura de la santidad» (RVA-2015). Este pasaje nos habla de la santidad y la gloria de Dios en relación con la idea de belleza. Estamos llamados a venir ante la presencia de Dios y a adorar lo que es bello en Él, y eso es Su gloria y santidad.
En los Salmos podemos encontrar otros textos que también nos hablan sobre la belleza de Dios. «Una cosa he pedido al SEÑOR, y esa buscaré: que habite yo en la casa del SEÑOR todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del SEÑOR, y para meditar en su templo» (Sal 27:4). En el Salmo 29, David nos llama a adorar al Señor en la belleza o hermosura de su santidad. En ambos pasajes, el Señor, o aspectos significativos de Su carácter, son llamados «bellos».
Me temo que la idea de la belleza de Dios ha quedado prácticamente eclipsada en nuestra cultura contemporánea, nuestra comunidad secular y también en la Iglesia. He dicho en muchas ocasiones que la Escritura se preocupa por tres dimensiones de la vida cristiana: lo bueno, lo verdadero y lo bello. Sin embargo, tendemos a separar lo tercero de los otros dos. Algunos cristianos reducen su preocupación por las cosas de Dios al ámbito ético, a una discusión de rectitud o de bondad con respecto a nuestro comportamiento. Otros están tan preocupados por la pureza de la doctrina que se enfocan más por la verdad a expensas del comportamiento o a expensas de lo santo. Raramente encontramos un enfoque en lo bello, al menos en muchos de los círculos protestantes.
Esto refleja un sorprendente desequilibrio, pues la Biblia se preocupa por la bondad, la verdad, y la belleza. Dios, nos dice la Escritura, es el fundamento o fuente de toda bondad. Todo lo bueno encuentra su definición en el carácter de Dios. Analizándolo bien, el carácter de Dios es la medida de la bondad. Al mismo tiempo, las Escrituras hablan de Dios como el autor, la fuente y el fundamento de toda verdad. De la misma manera y en la misma dimensión, las Escrituras nos hablan acerca de la belleza de Dios. Su Palabra nos dice que todas las cosas bellas encuentran su fuente y fundamento en el carácter de Dios mismo. Entonces, Dios es en última instancia la norma del bien, la norma de lo verdadero y la norma de lo que es bello.
Vivimos en un momento de crisis en la cultura secular y en la Iglesia con respecto a lo bello. Escucho todo el tiempo de cristianos que son artistas —músicos, escultores, pintores, arquitectos, escritores, dramaturgos, y demás— que se sienten aislados de la comunidad cristiana. Me dicen que son tratados con menosprecio porque su vocación se considera mundana e indigna de la devoción cristiana. Ese es un triste comentario sobre nuestra forma de ver las cosas, particularmente cuando miramos la historia de la Iglesia y vemos que la Iglesia cristiana ha producido algunos de los mayores gigantes en la música, el arte y la literatura. ¿Dónde sino en la historia cristiana encuentras un Milton, un Handel, un Bach o un Shakespeare, hombres que han sido pioneros de la grandeza en las artes?
Si fueras al Louvre en París o al Rijksmuseum en Ámsterdam y examinaras la historia del arte, verías que está dominada por una orientación religiosa y específicamente por una orientación cristiana. Desde que el pueblo de Dios ha existido en comunidad, el arte ha sido un asunto importante. Cuando vamos al Antiguo Testamento, por ejemplo, observamos que las primeras personas llenas del Espíritu Santo eran artesanos y artífices que Dios seleccionó con el fin de preparar los objetos para el tabernáculo. Esa es la inspiración divina: estos artistas fueron inspirados por Dios y Su Espíritu Santo. Él los inspiró para hacer la artesanía del tabernáculo y sus muebles, para el trabajo del metal en el tabernáculo y para la fabricación de los vestidos y túnicas de Aarón, que debían ser hechos para gloria y hermosura. A Dios le importó no solo usar artistas en la construcción de Su santuario en el Antiguo Testamento, sino también dotar a esos mismos artistas con el poder de Su Espíritu Santo para asegurarse de que lo que hacían cumpliera con los estándares de belleza que Él mismo había establecido.
Al mismo tiempo, también vemos en el Antiguo Testamento fuertes prohibiciones contra el mal uso del arte. Uno de los Diez Mandamientos prohíbe hacer imágenes talladas que se volvieran parte de la práctica de la idolatría, por lo que existe una cerca protectora alrededor del uso del arte en el Antiguo Testamento. Aunque hubo algunas formas de arte que recibieron la bendición de Dios, hubo otras que no.
No puedes leer la Escritura y llegar a una conclusión simplista de que todo arte es buen arte o que todo arte es mal arte. No puedes leer la Escritura y llegar a la idea de que el arte siempre es legal o que el arte siempre es ilegal. Lo que sí podemos entender es que Dios vio el arte y que lo que este comunica es lo suficientemente importante como para incluirlo en Su tabernáculo para mostrar lo que es hermoso, ahí donde las personas se encontrarían para adorarlo. La belleza es importante para Dios porque Él es hermoso, y por eso lo bello también debe ser importante para Su pueblo. Se debe alentar a los artistas cristianos a crear bellas artes y se debe alentar a los cristianos a apreciar lo bello junto a lo verdadero y lo bueno, porque el Señor mismo es hermoso.
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.