¿Qué es el Reino de Dios?
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«Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto» (Jn 15:2).
No tengo habilidades para la jardinería y mi conocimiento en horticultura es muy rudimentario. Sin embargo, he experimentado el proceso de cultivar rosas y he aprendido que, después de que florecen, pueden decaer si no las cortas en cierta parte del tallo. Si soy diligente en podar las partes muertas del rosal, el florecimiento se vuelve más hermoso con el tiempo. Este proceso resulta contrario a mi intuición; creería que cortando partes del tallo estaría hiriendo o incluso destruyendo el rosal. Sin embargo, el proceso de poda concentra los nutrientes del rosal, o del arbusto, causando que este produzca fruto consistentemente. Este proceso es especialmente importante en el cuidado de los viñedos, el cual es el ejemplo de la vid que vemos en la metáfora de Jesús.
Luego Jesús dijo: «Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado» (v. 3). Aquí Él se está dirigiendo a Sus discípulos, a los creyentes y a aquellos que ya disfrutaban de la comunión con Él y tenían una relación de salvación con Él. Dijo que ya habían sido «limpios», y luego agregó: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (v. 4).
Entonces, ¿qué pasa con las ramas que son podadas del árbol o del arbusto? Después de que son cortadas se marchitan y mueren, pues han sido separadas de su suministro de vida. Obviamente, esas ramas muertas no producirán fruto alguno. Se vuelven impotentes.
Un día, durante una comida al aire libre en la casa de unos de sus miembros, un ministro se acercó a la parrilla para hablarle al anfitrión, el cual había dejado de ir al servicio semanal. El ministro esperaba animarlo a comenzar a asistir una vez más, pero cuando el ministro le preguntó por qué no había vuelto, el hombre respondió: «Soy cristiano, pero no siento que necesite la iglesia. Puedo hacerlo solo. Soy un tipo de persona independiente. No necesito de la comunión con otros para estimular mi caminar con el Señor».
Mientras el ministro escuchaba las explicaciones de este hombre, notó que el carbón de la parrilla estaba al rojo vivo. Sin decir nada, el ministro cogió unas tenazas y apartó uno del resto de los carbones encendidos y siguió la conversación con el feligrés. Sin embargo, minutos después el ministro cogió el carbón que había apartado, miró al hombre y le dijo: «¿Viste lo que pasó aquí? Hace un par de minutos yo no me hubiera atrevido a tocar este carbón porque estaba muy caliente, pero apenas lo separé de los otros dejó de arder y se enfrió. Ya no podrá ayudar a cocinar las carnes de la parrilla. Eso es lo que te va a pasar a ti, pues tú necesitas el cuerpo de Cristo. Tú necesitas la iglesia de Cristo. Tú necesitas la comunión de los santos y la asamblea de la gente de Dios. No somos individualistas llamados a vivir en aislamiento».
El ministro tenía razón. La compañía de otros creyentes mantiene nuestra fe viva y activa. Pero si nos enfriamos cuando nos alejamos de la conexión con otros cristianos, ¿cuánto más nos marchitaremos si nos alejamos de la verdadera fuente de poder que es Cristo mismo?
Ese es el punto que Jesús está haciendo aquí. Seremos infructuosos y nos marchitaremos espiritualmente si no permanecemos en Cristo, la vid verdadera. La palabra griega traducida como «permanecer» es meno, la cual también puede traducirse como «quedarse» o «mantenerse». Si queremos ser productivos, no podemos simplemente visitar a Jesús de vez en cuando. Necesitamos permanecer en Él.
Déjame enfatizar que Jesús no estaba hablando en esta parábola sobre perder la salvación. Ese es otro asunto. Él nos estaba recordando que somos propensos a divagar, a dejar de aprovechar la fuente de nuestro poder y nuestra vitalidad espiritual, que es Cristo mismo. Así que la enseñanza de Jesús es que nos mantengamos cerca: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (v. 4). En pocas palabras, todos los esfuerzos que hacemos para estar gozosos, para ser productivos o para lograr algo que valga la pena en el reino de Dios son ejercicios inútiles si tratamos de hacerlos en nuestra propia fuerza. Los cristianos debemos entender que sin una conexión fuerte con Cristo, quien es el suministro de energía, seremos completamente infructuosos.
Jesús continuó diciendo:
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer. Si alguno no permanece en mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los recogen, los echan al fuego y se queman. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así probéis que sois mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto (v. 5-11).
Fue solo en el versículo final de este pasaje que Jesús explicó por qué había enseñado esto a los discípulos: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto». Nota tres cosas importantes en esta lección.
Primero, el gozo que Jesús quiere ver en nosotros es Su gozo. Anteriormente, Jesús les habló a Sus discípulos acerca de la paz, diciendo: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Jn 14:27). Entonces, ¿de dónde viene la paz del cristiano? Viene de Él; de hecho, es Su paz. Y así también Su propio gozo está disponible para nosotros y Él quiere verlo habitando en nosotros.
Segundo, Él quiere que Su gozo permanezca en nosotros. Él quiere que tengamos un gozo permanente, no una montaña rusa de emociones oscilando entre gozo y miseria. Si queremos estar consistentemente gozosos, necesitamos habitar en Él.
Tercero, Él distingue entre Su gozo y nuestro gozo, y expresa el deseo de que nuestro gozo «sea perfecto». ¿No es acaso eso lo que queremos? No queremos una copa parcial del fruto del Espíritu. No queremos solo un poquito de gozo. Queremos todo el gozo que el Padre haya guardado para Sus hijos. Esa plenitud de gozo viene de Cristo. Él primero nos da Su gozo y mientras estamos conectados a Él, este gozo que proviene de Él crece, aumenta y se llena.
Ninguno de los que están leyendo este artículo ha experimentado el nivel más alto de gozo disponible para los hijos de Dios. Hay más gozo disponible que el que tienes en este momento. Hay una plenitud que nos espera mientras el fruto del Espíritu es nutrido por la vid verdadera.
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.